

Las edificaciones se proyectaron con una planta octogonal marcada por su estructura cuadrada de 113,33 metros, truncados sus vértices en forma de chaflán de 14 metros —lo que conocemos como manzana—, para favorecer la circulación. Este diseño era absolutamente singular respecto a las otras ciudades europeas. Los edificios debían tener una altura de 16 metros, y las manzanas debían tener en su interior un jardín. Cada barrio tendría una iglesia, un centro cívico, una escuela, una guardería, un asilo y otros centros asistenciales, mientras que cada distrito tendría un mercado y, cada sector, un parque. Sin embargo, la mayoría de estas disposiciones nunca llegaron a realizarse debido a la especulación inmobiliaria para aprovechar todo el suelo edificable y construir prácticamente en todas partes.

Los años de dictadura (1939-1975) se caracterizaron por un desarrollo urbano sin medida. La fiebre constructora provocó la creación de nuevos barrios periféricos sin una planificación urbanística previa, y también supuso un impacto significativo para el Eixample. La reforma de las Ordenanzas Municipales de 1942 permitió incrementar la altura de los edificios hasta 25 metros, en lugar de los 16 metros proyectados. Este aumento de la edificabilidad provocó la construcción de numerosas paredes medianeras que estropeaban la estética del diseño original, característica que persiste en la actualidad.
