La muralla medieval
A partir del siglo XI, Barcelona había iniciado una etapa de
expansión urbana en torno al antiguo núcleo fortificado. Siguiendo los ejes de
los caminos que conducían a la ciudad aparecieron nuevos barrios extramuros,
como los de Santa María del Mar, Santa Ana o El Raval. La creación de estos
nuevos barrios obligó a ampliar el perímetro amurallado, por lo que, en 1260,
se construyó una nueva muralla desde Sant Pere de les Puelles hasta las Atarazanas
Reales, de cara al mar. Sin embargo, el frente marítimo no se fortificó,
convencidos de cómo estaban los barceloneses de que un ataque por mar era
imposible debido a la poca profundidad y los numerosos arrecifes y bancos de
arena que protegían la ciudad por este lado. Pero en 1359, una escuadra castellana-genovesa
puso la ciudad al borde del abismo. Barcelona se salvó por poco, y este hecho
puso de manifiesto que había que reforzar las defensas de la ciudad. Desde
mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XV, la ciudad se aplicó a
mejorar sus defensas por la parte de poniente, englobando con una nueva muralla
los barrios del Raval y del Carme.
La muralla medieval será la protagonista de la defensa de la
ciudad durante los numerosos asedios de los siglos XV al XIX, como la Guerra de
los Segadores (1640-1652). Sin embargo, el episodio más traumático para
Barcelona fue el asedio al que se vio sometida en el marco de la Guerra de
Sucesión, en 1714. A pesar de la manifiesta inferioridad material y humana, la
ciudad resistió durante 13 meses los ataques de los ejércitos franceses y
castellanos de Felipe V. Finalmente, el 11 de septiembre de 1714. Durante el
asedio cayeron sobre Barcelona más de 30.000 bombas que destrozaron
completamente un tercio de la ciudad y estropearon otro.
“ Ninguna muralla es tan fuerte como para que pueda resistir la discordia dentro de la ciudad
— Bernat de Claravall

Después de la Guerra de Sucesión y la derrota de Cataluña en 1714, Felipe V ordenó la construcción de una gran ciudadela militar para controlar la ciudad y evitar posibles revueltas. Esta fortaleza, construida en el barrio de la Ribera, fue símbolo de represión para los barceloneses, puesto que implicaba la destrucción de parte del barrio y la imposición de una vigilancia constante. Con el paso de los años, y después de la Revolución de 1868 conocida como la "Gloriosa", la ciudadela perdió su función militar. El alcalde de Barcelona, Francesc Rius i Taulet, lideró un proyecto de transformación del espacio para convertirlo en un parque público. Así, en 1888, con motivo de la Exposición Universal, se inauguró el Parque de la Ciutadella tal y como lo conocemos hoy, un espacio dedicado a la cultura y el ocio.


El castillo de Montjuïc
Por otra parte, en la cima de la montaña de Montjuïc, en
1640, durante la Guerra de los Segadores, se construyó una primera
fortificación para defender la ciudad. El castillo ha sido testigo de varios
episodios históricos clave. Jugó un papel destacado durante la Guerra de
Sucesión (1701-1714), cuando fue utilizado para controlar Barcelona,
especialmente después de la derrota catalana. A lo largo del siglo XIX, se
utilizó como prisión política y fue escenario de numerosas ejecuciones, incluida
la del pedagogo y activista Francisco Ferrer i Guardia en 1909, durante la
Semana Trágica. En la Guerra Civil Española (1936-1939), fue utilizado por
ambos bandos como prisión y puesto de ejecuciones. Posteriormente, bajo la
dictadura franquista, se convirtió en símbolo de la represión del régimen. Una
de las ejecuciones más destacadas fue la del presidente de la Generalitat,
Lluís Companys, el 15 de octubre de 1940. Desde finales del siglo XX, el
castillo ha ido transformándose en un espacio cultural e histórico. En 1963 se
inauguró el Museo Militar, y en 2007 se devolvió a la ciudad para convertirlo
en un lugar de memoria.

Con el transcurso de los años, aquellas murallas de
Barcelona, que durante siglos la habían protegido se fueron convirtiendo en un
corsé que la encarcelaba y asfixiaba. A lo largo de los siglos XVIII y XIX, los
estándares sanitarios y sociales de la ciudad se habían ido degradando. Las
epidemias diezmaban una población carente de infraestructuras sanitarias, redes
de alcantarillado o agua corriente. Hasta 1890 no hubo alcantarillado en las
calles. Las murallas, además, cerraban sus portales todas las noches,
encarcelando, literalmente, a los barceloneses. Para huir de las epidemias, la
gente acomodada empezó a construir segundas residencias, en Sarrià y Horta.
Pero no todos podían marcharse cuando se declaraba una epidemia, y es por esta
razón que, a finales del siglo XVIII, y principios del XIX, después de una
epidemia de cólera, cuajó bastante la idea de derribar las murallas para abrir
la ciudad, hecho que se produjo en 1854. El derribo de las murallas permitió,
siguiendo los postulados del Plan Cerdà, crear una ciudad nueva abierta, con
calles anchas y ventiladas, con zonas ajardinadas y de ocio. Se puede decir,
pues, que el Eixample nace de una epidemia, la del cólera de 1854.






