Tiempos de epidemias

El patio del Hospital de la Santa Creu | Simo Räsänen

En mayo de 1348, un barco procedente de Génova atracó en la ciudad y la mayor parte de la tripulación ya estaba en las bodegas, enferma de la peste negra, por el contacto con las ratas infectadas. Los barcos venecianos y genoveses que llegaban a puerto para descargar sus mercancías, se convirtieron, sin saberlo, en los principales transmisores de la peste. Una vez en el puerto, primero empezaron a morir los estibadores y después devastó al resto de la población. La naturaleza de la transmisión de la peste negra, sumada a la carencia de conocimiento médico y las condiciones higiénicas de la época, crearon el escenario perfecto para una pandemia sin precedentes. Para los ciudadanos de aquellos tiempos, una pandemia de este tipo parecía el fin del mundo. Según algunas fuentes, la peste negra se llevó, en tres meses, al 50% de los barceloneses, aunque es prácticamente imposible contar con un recuento fiable.

“ Las ciudades pierden a sus habitantes,
y allí donde antes había vida, ahora sólo resta el silencio
Ramon Muntaner

El patio del Hospital de la Santa Creu

La peste negra que asoló Europa en 1348 dejó una impronta profunda en Barcelona, no sólo en términos demográficos y sociales, sino también en algunos de los edificios e instituciones que surgieron o se transformaron como respuesta a esta crisis devastadora. Barcelona tenía entonces seis hospitales, fundados entre los siglos XII y XIV por estamentos eclesiales y regidos por el obispado. Superados por la epidemia de peste, el 1 de febrero de 1401, el Consell de Cent y el Capítulo de la Catedral de Barcelona acordaron unificar los seis hospitales en uno solo, el de la Santa Cruz, en el Raval, aún fuera de las murallas, con el objetivo de centralizar y mejorar la atención médica en la ciudad, que había quedado fragmentada y debilitada por las sucesivas epidemias. 

Días después comenzó su construcción, con la colocación de la primera piedra en presencia del rey Martín el Humano, aprovechando los fondos y la piedra destinada al proyecto abandonado de ampliación de las Reales Atarazanas. En los siglos siguientes se realizaron algunas ampliaciones y modificaciones. En 1629 se empezó a construir, adosada a la pared norte del hospital, la Casa de Convalecencia, actual sede del Institut d'Estudis Catalans, y en 1764, frente a la Casa de Convalecencia, se levantó el Colegio de Cirugía, actual sede de la Real Academia de Medicina. 

Este hospital fue el único de la ciudad durante cinco siglos hasta que, a finales del siglo XIX, se convirtió en insuficiente debido al gran aumento de la población, y tuvo que pensarse en hacer uno mayor. Además, las nuevas tendencias higienistas recomendaban que los hospitales debían estar fuera de los núcleos urbanos, por lo que se decidió trasladarlo a una nueva sede, en un espacio del nuevo Eixample, al frente de la actual Avenida Gaudí. Gracias al legado del banquero Pau Gil, el 15 de enero de 1902 se colocó la primera piedra del nuevo hospital. Al antiguo nombre de la Santa Cruz se sumó el de Sant Pau para respetar la voluntad de su benefactor. De esta forma, en 1930 se inauguró el Hospital de la Santa Cruz y San Pablo. El arquitecto Lluís Domènech i Montaner fue el encargado de este proyecto, que se convirtió en el edificio civil más relevante del modernismo catalán.

  
La Iglesia del Pi

A finales del siglo XVI, la iglesia del Pi fue la protagonista de un milagro relacionado con una de las peores pestes que han afectado nunca a Barcelona, la de 1587, que causó más de 10.000 muertes. Hay que tener en cuenta que Barcelona, en esa época, tenía unos 30.000 habitantes. Por tanto, la ciudad estaba totalmente destrozada. El virus que causó esa peste era muy contagioso. La gente se dirigía a las parroquias para ser atendida y muchos de los curas y demás personas que trataban con los enfermos, acababan contagiados. Esto ocurrió en todas las parroquias, salvo una: Santa Maria del Pi. La iglesia del Pi era una de las más importantes de la ciudad desde su nacimiento porque, entre otras cosas, controlaba un barrio muy extenso, que llegaba hasta el Raval. Era también la iglesia de los gremios. Junto a Santa Maria del Mar, era la iglesia más popular de la ciudad. A partir de estos hechos milagrosos ganó importancia. Cabe pensar que durante los siglos XVI y XVII frecuentaron a los muertos por peste y las iglesias cobraban por los entierros. Esto hizo de la iglesia del Pi una de las más ricas de la ciudad porque todo el mundo quería estar enterrado, bautizado o casado allí. 

Durante la peste negra, los cementerios de las iglesias se saturaron rápidamente. La importancia de la iglesia del Pi se hace evidente en el hecho de tener tres plazas a su alrededor. Éste es un caso insólito, ya que las iglesias suelen tener una única plaza en frente, que era la antigua sagrera, allí donde se hacían los entierros. Las tres sagreras de la iglesia del Pi son testimonio de la gran cantidad de personas que querían ser enterradas a su alrededor. Cabe decir que, hoy, bajo estas plazas ya no hay restos humanos porque durante el siglo XIX y principios del XX, las autoridades fueron retirando a los muertos enterrados en las sagreras de las iglesias.  





Escultura "El beso de la muerte"

Barcelona fue durante muchos siglos una ciudad sucia, densa, contaminada, con unas condiciones higiénicas deplorables; un ambiente propicio para el cultivo de cualquier enfermedad. Desde mayo de 1348, que se declaró una epidemia de peste, hasta la del tifus de 1941, puede decirse que no hubo generación, entre estos años, que no hubiera sufrido una epidemia. 

El 17 de julio de 1821, otro barco, El Gran Turco, llevó la muerte a la ciudad. Formaba parte de una flota que navegó entre Antillas y España, y tras hacer escala en Málaga, fondeó en Barcelona. Cuando atracó, varios calafateadores murieron por una enfermedad que costó tiempo diagnosticar: la fiebre amarilla. En realidad, los tripulantes llegaron ya enfermos, apiñados en las bodegas, después de contagiarse a América. La mayor parte de las infecciones tuvo lugar en las barriadas de la Barceloneta y la Ribera, donde vivían las personas relacionadas directamente con trabajos del mar. En pocos meses se contaron entre 8.000 y 20.000 víctimas en una ciudad de 100.000 almas. La mayor parte de los fallecidos fueron enterrados en el cementerio de Poblenou. 

Este cementerio es una obra magna de finales del siglo XVIII, el primero que se construyó fuera de las murallas, por razones de salud pública, al aprobarse una normativa que prohibía los entierros en los cementerios parroquiales. Fue inaugurado en 1775, en unos terrenos deshabitados cerca de la playa de la Mar Bella. Es un magnífico sitio para estudiar la historia de la ciudad. De hecho, ahí están los mausoleos de las principales familias barcelonesas de industriales, hombres de negocios, comerciantes y fabricantes adinerados de la ciudad, en particular, los fabricantes de indianas. Son más de 30 mausoleos monumentales, donde se concentra el trabajo de conocidos arquitectos y escultores de la época, y se pone de manifiesto la voluntad de la burguesía barcelonesa de mediados del siglo XIX de exhibir, incluso en las tumbas, su opulencia y prestigio social. Uno de los lugares más impactantes es el monumento a los fallecidos por la fiebre amarilla del año 1821. Monumento en recuerdo de los médicos, clérigos y funcionarios que perdieron la vida a causa de la enfermedad. El conocido grupo de mármol "El beso de la muerte", proyectado por el marmolista Jaume Barba, en 1930, representa la crudeza de la muerte bajo la forma de un esqueleto alado, que transfiere el alma de un joven al más allá con el signo del beso. 

El cementerio del Poblenou 

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